La piratería es uno de los temas más álgidos y que podríamos considerar un flagelo de nuestra sociedad moderna. Es, tristemente, uno de los delitos más socialmente aceptados ya que independientemente de posición social, sexo, edad o género, las personas compran, usan, copian, distribuyen e inclusive venden artículos que no se pueden considerar como originales. Es desafortunadamente una circunstancia completamente cercana a todos nosotros.

Podemos listar un larguísimo etcétera de productos materiales apócrifos que se encuentran en muchas de las casas en nuestro país. Cuando el tema se mueve a medicamentos y alimentos, entonces toma un matiz diferente y sí nos sentimos agraviados y molestos por el hecho de que se nos vendan o pretendan vender este tipo de artículos sin la calidad y control necesario.

El tema de la piratería tiene múltiples facetas. En esta ocasión, me quiero enfocar en los complejos aspectos que existen en su logística y en su operación.

Con relativa frecuencia los medios nos muestran noticias que se relacionan con millonarias confiscaciones de artículos piratas. Es común que a las pocas horas de haberse realizado estos operativos de confiscación, se vean los mismos "anaqueles" de donde se retiraron estos productos plagados nuevamente de mercancía pirata valuada en millones de pesos.  La producción de estos artículos apócrifos es siempre mucho más veloz que las acciones de las autoridades para confiscarlos todos. El rastreo de las cadenas delictivas que producen y distribuyen la mercancía ilegal es muy complicado y requiere de mucha tarea de inteligencia para poder dar con el punto medular del problema: los productores.

En la calle es relativamente sencillo retirar la mercancía, pero dar con quienes lo generan es una tarea titánica, amén de lo peligroso que es intentar adentrarse en terrenos controlados por mafias muy bien organizadas que tienen una diversificación de actividades que van desde el tráfico de drogas hasta la producción de productos apócrifos.

Es muy difícil contrarrestar esta actividad sobre todo con las cantidades limitadas de recursos humanos y materiales con las que cuentan las autoridades.

En estos tiempos digitales, la complicación es aún mayor.  Con el crecimiento del streaming, del comercio electrónico y de las plataformas digitales de distribución de contenido, cada vez es más fácil acceder a este tipo de información. Hay más opciones para descargar contenido de manera ilegal y sobre todo, mayor desconocimiento de la mayoría de la gente de que muchas de estas plataformas distribuyen contenido sin el consentimiento de sus legítimos propietarios.

La tecnología permite a los delincuentes digitales, y hasta los obliga, a pulverizar los datos ilegales en la nube, es decir, los tienen distribuidos en innumerables servidores de datos en un número impensable de ubicaciones geográficas. Así, la investigación, detección y toma de medidas para evitar que se "bajen" contenidos ilegales es cada vez más complicada.  Si bien es cierto que los Proveedores de Servicios de Internet (ISP) reaccionan positiva y rápidamente a las peticiones de los titulares de las obras, también lo es que, tan pronto se cierra un sitio, el mismo se vuelve abrir aún más rápido que lo que tardaba el "sistema tradicional" en resurtir de producto. Un gran reto el que enfrentamos y que requerirá de todo nuestro esfuerzo y creatividad para mantener la legalidad en el consumo de contenidos digitales.

Este artículo se ha publicado previamente en la revista Alto Nivel, Año 29, Número (349), p. 29 Septiembre de 2017

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